El grito en el cielo puse un sencillo amanecer, pues mi cuerpo estaba cubierto de pergaminos sin leer. Al despertar estos manuscritos encontré, su rúbrica delataba su proceder, siendo la caligrafía de mi poder. Expresaban toda una vida de sueños, experiencias, pensamientos y lo más importante lo que quedaba por vivir. He tapizado mi cuarto con las letras que aquel día escribí. Para no olvidar los objetivos, ni los sueños por vivir.

viernes, 30 de septiembre de 2011

NORIA DE HUMO

La luz tenue de la garita, dejaba vislumbrar una sombra del exterior, salí a pesar de mis temores porque no iba a dejar que nadie entorpeciera el descanso eterno de los allí presentes. Rondaban rumores de un botellón en la puerta del cementerio, pero allí no había nadie, los arboles se agitaban suavemente, el viento del norte balanceaba las ramas como si de una caricia se tratara, pero a la vez paralizaba las arterias del miedo.

El silencio bañaba la noche, no había rastro de nada extraño, a lo lejos sentí un gato que le maullaba a la luna como si de un hombre lobo se tratara, lo iluminé con la linterna, permanecía sentado en el tejado de un panteón, mirando fijamente la reina estrella de aquella noche, pero me ignoró, de pronto sentí como un murmullo tras de mí, el gato, clavó sus ojos cristalinos en los míos. Me rodee, pero no vi a nadie, iluminé con la linterna, e inspeccioné el lugar con el mayor sigilo posible, mientras mi cuerpo era incapaz de dar un paso al frente. Cuando volví la vista al tejado del panteón, el gato había desaparecido, algo debía haberlo asustado, y yo presa del miedo mirando cada paso a mi alrededor, me volví a la garita.

Quedaban veinte minutos para las doce de la noche, saqué un termo de mi bolso, y me serví una taza de café, en aquel momento me hubiera sentado mejor una tisana, pero debía permanecer alerta en mi primera noche de guardia. Si era capaz de pasar la noche de los difuntos en un cementerio, el resto de las guardias nocturnas no me darían tanto miedo. El televisor no funcionaba, se había quedado anticuado para la generación del TDT, y el propietario de aquel cachivache no lo sustituiría por uno nuevo, ya que pronto disfrutaría de la etapa de la jubilación. El teléfono no recibía señal de cobertura, por lo tanto no funcionaba la radio, y tampoco se podía llamar. De un clavo de la pared colgaba un viejo walkie-talkie, el otro receptor se encontraba en manos de mi antecesor, era la única forma de comunicarse con algún ser viviente en aquel desubicado lugar.

Mediante un atajo en bicicleta tardaba media hora en desplazarme de casa al cementerio, se encontraba en las afueras del pueblo, en un lugar escabroso. Los vecinos, unos seres atípicamente supersticiosos no visitan aquel lugar y no he llegado todavía a entender el porque. Nadie de este pueblo me lo ha querido contar. Era de extrañar que nadie quisiera este puesto de trabajo, pues “Témele a los vivos que los difuntos no hacen nada” decían algunas viejas sabias por allí. Pero nadie subía al palacio eterno si no era con los pies por delante, me extrañó mucho que cuando se enterró Higinio el boticario solo lo acompañaba el chofer del coche fúnebre, y tras enterrarlo me quedé de nuevo sola en el cementerio.

Intenté abrir el cajón superior del escritorio, pero se había atascado, solo lo pude abrir hasta la mitad, buscaba algo para distraerme. Bolígrafos, papel y poco mas había a la vista, pero en el fondo del cajón debía haber algo más. Encontré una viejo periódico, amarillento y estropeado por el paso del tiempo del que apenas quedaban tres páginas. El titular decía “Ha desaparecido la pequeña Sofía”  La foto de la página principal me era conocida, claro si era la fachada de la casa de Beltrán. Comencé a leer el artículo, en él contaba como la hija del sepulturero había desaparecido en misteriosas condiciones. Había salido de su casa para jugar con su amiga Pilar y las niñas sin un ápice de temor se dispusieron a visitar a Beltrán en el cementerio. Sofía al parecer quería darle a su padre un recado, pero nunca se supo que quería decirle. Pilar apareció escondida en un matorral cerca del cementerio, se encontraba confundida y aterrada cuando la encontraron al caer la tarde.

Buscaron a Sofía por todos los caminos posibles desde su casa hasta el cementerio, por el campo, incluso la buscaron por el cementerio, pero no había rastro de ella. En el vestido de Pilar encontraron sangre pero no era de ella, no estaba herida físicamente, pero su cabeza no había quedado bien, ¿Qué terrible situación había vivido para quedarse al filo de la locura? Habían pasado quince años desde la fecha del periódico, ¿Qué habrá sido de Pilar? ¿Sería esa la tragedia que escondían las vecinas? Pensaba mientras sorbía el último sorbo de café.

Las otras noticias ya no eran de mi interés. Y pensaba en el secreto que me habían guardado todos, me lo podía esperar de Beltrán un hombre de mirada sombría, reservado y bastante antipático. Nos hablábamos lo justo, pero no entiendo porque me lo ocultó. A pesar de haber pasado tantos años, era evidente que los lugareños no lo habían olvidado. Las viejas murmuraban cuando lo veían por el pueblo, “espero que se largue pronto de aquí, no quiero que ese toque ni mi ataúd” escuche decir a una mujer un día mientras Beltrán pasaba por la puerta del mercado, parecían guardarle rencor por algo.

Introduje de nuevo la mano en el cajón y encontré la foto de una niña, su cara era angelical, sonreía con la típica alegría de una niña de nueve años, sus trenzas rubias posaban sobre un vestido blanco, en el resto de la foto se veía globos y preparativos para una fiesta, debían celebrar algo el día que la fotografiaron. Le di la vuelta a la fotografía, tenía una letras escritas “perdóname mi ángel, perdóname” . Alcé la vista para la puerta, me había parecido oír un chasquido, debía de ser algún muerto que se retorcía en su tumba. Pero volví a sentir ese ruido con más contundencia como si alguien anduviera cerca, cogí de nuevo la linterna para salir al exterior. Cuando abrí la puerta para salir de la garita, el reloj que colgaba de la pared marcaba las doce en punto. Salí al exterior y miré a mi alrededor, la niebla apenas me dejo ver una pequeña sombra. Permanecía sentada en los pies de un pino mientras lloraba.

Iluminé hacia el pino conforme me acercaba, y de pronto aquel ser se levantó, me miró y  salió corriendo. Su cara era igual que la de la pequeña Sofía, su vestido estaba sucio y rasgado, parecía la misma niña pero su rostro no lucia aquella alegría infantil. La seguí, por un momento no sentí el miedo que debía, mi cuerpo helado por el frio y la incertidumbre solo quería saber la verdad. “Sofía, ¿ Eres tú?, espérame” le decía mientras corría tras ella, pero no decía nada. Tras dejar varias tumbas atrás se paró, me miró y señaló para una de ellas. Me puse al lado de ella y la miré fijamente, su rostro delataba un miedo profundo y doloroso, me señaló de nuevo para la tumba, la iluminé con mi linterna “Propiedad de Beltrán Ortiz”  decían las letras escritas en aquel nicho.

La niña desapareció al saltar al interior de ésta. Observando la tumba descubrí que la lapida tenía bisagras, tiré de la lapida y se abrió. Me asomé y descubrí en ella unas escaleras, luego bajando por ellas me condujeron hasta un zulo. Alumbré con mi linterna, pero su luz no era suficiente para esclarecer todos los enigmas de la pared. Me acerqué para contemplar detenidamente los papeles colgados, recortes de periódicos y fotografías relacionados con la desaparición de Sofía. En un rincón de aquel pequeño habitáculo había un saco de tela, me acerqué y cuando lo fui a abrir sentí la puerta de la lapida que se estaba cerrando por el aire.

Corrí por la escaleras pero llegué tarde. Mientras lloraba sentada en un escalón, apareció Sofía, sonriente, con la misma expresión en su rostro que en la foto que encontré. “Ahora, no estaré sola en ésta oscura eternidad” dijo Sofía mientras desaparecía. Me dejó sola después de haber conseguido su cometido, pero me resistía a permanecer un minuto más en aquel lugar oscuro y sombrío. Mi corazón no dejaría de latir en aquel lugar, después de calmarme y coger fuerzas, subí al primer escalón y empujé hasta que abrí la puerta. Cuando salí, Sofía se reía descarada, pero no le hice caso y me fui para la garita, recogí todas mis cosas y esperé a que llegara el amanecer para coger mi bicicleta y desaparecer de aquel nublado lugar. Aún siento que en la lejanía me persigue una noria de humo, nunca más volveré a salir de casa en las noches de halloween.

1 comentario:

  1. Eso los has escrito tu ? Me he quedado flipado me parece que tienes un porvenir grande con la literatura sigue emocionando

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