El grito en el cielo puse un sencillo amanecer, pues mi cuerpo estaba cubierto de pergaminos sin leer. Al despertar estos manuscritos encontré, su rúbrica delataba su proceder, siendo la caligrafía de mi poder. Expresaban toda una vida de sueños, experiencias, pensamientos y lo más importante lo que quedaba por vivir. He tapizado mi cuarto con las letras que aquel día escribí. Para no olvidar los objetivos, ni los sueños por vivir.

lunes, 30 de enero de 2012

EL COMIENZO DE LA PRIMAVERA


Camila lloraba sin consuelo sentada en la rama de un olivo a la caída de la tarde, “No, no es justo” mascullaba entre dientes. Éste olivo centenario era su mejor amigo cuando se encontraba triste, en él jugaba muchas veces a la casita, estudiaba la lección para el día siguiente e incluso había veces que merendaba sentada en él. Desde su posición contemplaba todo el jardín, las estrella en verano y en aquel momento como su hermana se había salido con la suya una vez más. Se veía contenta, mientras su padre la paseaba en el columpio nuevo. Las lagrimas de Camila resbalaban por su rostro, al sentirse impotente no era capaz de hacer otra cosa que no fuera llorar.

A unos metros más abajo alguien la observaba. “Que triste se encuentra esa niña, mamá ¿Por qué llora?” dijo una pequeña hormiga que buscaba comida a los pies del olivo junto a su mamá. “No lo sé, pero está muy triste, vamos, que tenemos que recoger comida para el invierno, y no nos podemos entretener” dijo la hormiga mayor. Camila mientras tanto dejó de llorar, las flores comenzaban a brotar de los árboles y las temperaturas incitaban al paseo, al bajarse del árbol poco le falto para pisar a las dos hormigas que seguían con su recolecta. Con melancólico paso llegó hasta el porche de la casa donde comenzó a recitar “Ya llegaron las flores todas llenas de matiz, que lindo está todo, que bello mi jardín, que soplo de primavera está llegando a mí, que nadie puede quitarme, éste momento feliz”. Decía la niña mientras contemplaba como llegaba la primavera.

Llegó la noche, y Camila abrazada a su peluche favorito seguía llorando, pero ésta vez sola en su cuarto. Estaba cansada de que su hermana siempre fuera el centro de atención, que al ser la pequeña todos le hicieran caso, incluso cuando mentía. La pequeña hormiga la vigilaba desde una rama del olivo, desde allí observaba que mientras una niña lloraba, la otra acostada en su cama escucha a sus padres mientras le leían un cuento. “¿Qué le pasa a esa niña? ¿Por qué una llora y la otra es feliz?” preguntaba la hormiguita Dorotea a una amiga suya que estaba cerca de allí.

“Es evidente, que la niña que está sola es porque es mala, y la otra es la buena, por eso sus padres la quieren y está acompañada” dijo la otra hormiguita llamada Dulce. “Yo creo que estás equivocada, ¿Qué te parece si vamos y se lo preguntamos?” Dijo Dorotea. “Yo no me muevo de aquí, que quieres que nos dé un pisotón, mi mamá me tiene dicho que no me aleje de aquí si ella no me ve. Y no voy a desobedecerla, y menos por una niña.” Dijo Dulce. “Pues iré yo, y averiguaré que puedo hacer para ayudarla” Le contestó Dorotea. “Como quieras, ¿Qué le digo a tu madre cuando me pregunte por ti?” dijo Dulce a su amiga mientras ésta se alejaba camino a la casa de Camila. “Dile que vuelvo enseguida, que no se preocupe” dijo Dorotea.

A la mañana siguiente, a pesar de que era domingo Camila se había levantado temprano, quería ayudar a su papá a plantar un melocotonero y un ciruelo que había comprado, lo iba a plantar en el jardín, y ella le quería ayudar. Su padre había hecho los agujeros para sembrar los arboles, los introdujo, y luego pidió a Camila que le echase el abono, mas tarde, el mismo fue a por la manguera para regarlos. Cuando estaba entretenida llegó su hermana, le dio una patada al árbol y lo torció, después tiró de sus pequeñas ramas y las quebró, antes de que llegase su padre se rodeó y sacó de uno de sus bolsillos un trozo de cebolla y sin que nadie se diera cuenta se lo pasó por los ojos, inmediatamente comenzó a llorar, justo en el momento en el que llegaba su papá. “¿Qué te pasa Esther? ¿Por qué lloras?” le dijo el papá. “Le he dicho a Camila que quería ayudar, se ha puesto como una loca y ha roto el melocotonero” Dijo Esther llorando a lagrima viva. “Serás embustera, pero si has sido tú, reconócelo” Dijo Camila cabreada. “Papá yo no he sido, solo quería ayudar, ha sido ella” Dijo Esther para convencer a su padre de que ella era la víctima, y lo consiguió una vez más. “Vete ahora mismo para tu cuarto, estás castigada, permanecerás toda la tarde allí encerrada.” Dijo el padre a Camila.

La historia se volvía a repetir, Esther se salía con la suya mientras Camila permanecía castigada. “Pronto va a cambiar todo esto” pensaba Dorotea que había conseguido llegar hasta la habitación de Camila, y desde allí había observado todo lo ocurrido por la ventana. Como Dorotea era tan pequeña no fue vista por Camila que lloraba tumbada en la cama, por muchas cosas buena que hiciera siempre llegaba su hermana para estropearlo todo. Era el ser más perverso que había visto jamás, con sus mentiras conseguía convencer a todo el mundo de que ella era la víctima y Camila la crueldad.

“¿Qué puedo hacer para que me vea con lo pequeña que soy? ¿Y cómo me va a entender?” pensaba Dorotea mientras veía que Camila estaba llorando y su hermana contenta regaba los árboles plantados. “¡Ya lo tengo!” dijo Dorotea saltando de la ventana al escritorio. Encima había una lupa, consiguió levantarla, después de ponerla de pié la dejó caer sobre el lapicero, ahora la podría ver, pero le faltaba algo para comunicarse con ella. Desde el escritorio echó un vistazo por todo el cuarto, y vio en una balda de la estantería una pequeña pizarra, pero ella sola no podría cogerla, así que tenía que llamar la atención de Camila para que ella misma se la cediera. Se bajó del escritorio y se subió a la mesilla, Camila estaba de espaldas a ella, movió las manecillas del reloj, y levantó la palanca para que sonara el despertador. Camila se rodeó para apagarlo y poco le faltó para aplastar a Dorotea. La niña no había echado cuentas de la hora, ni tan siquiera que sonara el despertador, solo quería dormir y olvidar que otro día estaba castigada por culpa de su hermana. Entonces Dorotea bajó de la mesilla para subirse a la estantería, no podría con la pizarra, pero si podría darle al botón de la radio para encenderla. Ahora sí que estaba extrañada, “¿Quién habrá encendido la radio?” pensaba mientras se sentaba en la cama.

Dorotea mientras tanto corría hacia el escritorio, trepó por él, y cuando estaba encima se puso detrás de la lupa. Camila sentada en la cama miraba para todo el cuarto, incluso buscó debajo de la cama para comprobar que no era su hermana que le estaba gastando una broma. Al pasar por el lado del escritorio giró la cabeza al percatarse de un leve movimiento, era Dorotea que con su mano saludaba a Camila. La miró extrañada pues le parecía raro que una hormiga la saludase, pero se acercó a ella, iba a sentarse cuando Dorotea entre señas le dijo que no, y le señaló para la pizarra que había en la estantería. Camila que la entendió puso la pizarra sobre el escritorio y encima una tiza.

Dorotea había aprendido en el colegio a dibujar algunas cosas del exterior, su profesora una hormiga anciana la había enseñado todo lo que sabía, aunque le gustaba la primavera para salir fuera de casa, prefería el otoño porque aprendía muchas cosas en clase. Se subió encima de la pizarra y cogió la tiza para comenzar a dibujar, Camila la miraba atónita, aún no llegaba a entender del todo lo que le estaba pasando, mientras la hormiga dibujaba se asomó a la ventana al escuchar las risas de su hermana. Su padre corría detrás de ella mientras su madre sentada en el columpio los observaba.

Una niña con trenzas lloraba, al lado de este dibujo, una cebolla, luego una lagrima y más tarde la misma niña de antes con una sonrisa de oreja a oreja. Este jeroglífico representaba para Dorotea lo que había visto, pero Camila no llegaba a entenderlo del todo, “¿Qué es esto?” dijo a la hormiga. Le dibujó una nariz que olía la cebolla, unos trazos indicaban el peste. Al lado de la nariz dibujó un ojo con una lagrima. “¿Es eso lo que la hace llorar con facilidad? Y debe de oler peste” dijo, la hormiga se lo confirmó con la cabeza. “¿Es una cebolla?” dijo Camila. Y la hormiga comenzó aplaudir. “Ya sabemos su truco, pero ahora habría que desenmascararla, ¿has pensado en algo?” Dijo la niña.

Pasado el rato seguían buscando la solución, Dorotea permanecía sentada en un borrador, mientras Camila con la mano en la mejilla pensaba una y otra vez en la manera de quitarle la cebolla a su hermana. La hormiga dio un salto del borrador y cogió la tiza para dibujar en la pizarra dos puertas, y como una niña con una hormiga  salía de una y se entraba en la otra. Camila se asomó a la ventana para comprobar que su hermana seguía en el jardín jugando con sus padres. “Corre, vamos antes de que vuelva” dijo la niña a la hormiga. Registraron toda la habitación hasta encontrar un par de pestosas cebollas envueltas en papel de plata escondidas en una caja oculta detrás de unos libros en la estantería. Camila cogió las cebollas y las tiró a la basura, luego se dirigió hasta su cuarto, abrió su armario y cogió uno de sus vestidos, el mas nuevo, el mismo que su hermana llevaba tiempo intentándole arrebatar.

“Esther, vengo a pedirte perdón, me he portado mal contigo” dijo Camila a su hermana delante de sus padres. “Por eso te traigo mi vestido favorito, ese que llevas tanto tiempo pidiéndome, te lo regalo, pero me gustaría que te lo probases ahora mismo para saber si te queda bien.” Dijo la niña, su hermana muy contenta comprobaba que al final siempre salía ganando después de chinchar a su hermana. Esther se quitó el vestido allí mismo para probarse el otro, y mientras, Camila le quitó la cebolla del bolsillo, y la tiró detrás de un seto. Los padres contentos por la buena acción de Camila le levantaron el castigo y la dejaron que jugase con ellos en el jardín.

Más tarde Esther buscaba su aliada en el bolsillo, pero no la encontró, “Bueno, se me habrá caído” pensó. A la mañana siguiente busco en su escondite pero no encontró nada, la caja estaba vacía. Fue a la cocina y miró en la despensa, pero no había rastro de cebolla por ningún lugar. “Iré esta tarde con mamá a hacer la compra” pensó la niña. Camila se animó a ir, ésta vez no la dejaría sola, mientras compraban el pescado en el mercado, Esther se acercó con disimulo a las verduras, pretendía robar una cebolla. Entonces Camila que la observaba avisó a su mamá, una vez que llegaron a casa la madre pidió una explicación a la hija, pero como ésta no fue capaz de confesar la verdad, lo hico Camila.

Desde aquel día Esther es la que permanece castigada por embustera y ladrona, mientras que Camila desde su olivo centenario observa como Dorotea recolecta comida para cuando llegue el otoño. “Que simple y pequeña es, que poca importancia se le da, la primavera me a traído una amiga, que el otoño se llevará, pero aún cuando pase el tiempo, no la he de olvidar”. Recitaba de sus pensamientos, aunque no hubieran mas oídos que el propio viento.

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