Un jamelgo
flaco y descolorido caminaba con melancolía hacía el matadero, su dueño el
señor Apolinar un agricultor de cereal y remolacha lo llevaba para sacrificarlo.
Había intentado venderlo pero nadie quería al enclenque de Rufino.
De pequeño era
un potrillo muy bonito, su color azabache enamoraba a todo aquel que se cruzaba
con el, su brillo y su destreza indicaban que sería un buen caballo. En varias
ocasiones quisieron comprárselo, pero Apolinar no quiso, era el potrillo de su
yegua preferida, Medianoche.
Una noche
mientras Rufino y Medianoche comían heno en la cuadra escucharon un aullido,
ella, atenta miraba para la puerta, presentía que algo malo iba a pasar. Cuando
se asomó un lobo por la ventana, comenzaron a relinchar pero no hubo nadie que
escuchara sus llamadas de auxilio.
El lobo entró
por un agujero de la puerta, furioso, imponiéndose ante los caballos les
enseñaba los dientes, Medianoche defendiendo su territorio y a su retoño se
abalanzaba hacia el relinchando todo cuanto podía. Con sus patas delanteras aporreó
la puerta, y la abrió, mientras que luchaba con el lobo Rufino escapó. A la
mañana siguiente Apolinar encontró a la yegua muerta en la cuadra cubierta de
dentelladas.
Tras enterrarla
en un terreno abandonado donde no le faltarían flores en primavera, fue a
buscar a Rufino, lo encontró a unos metros de la cuadra, escondido entre el
cereal, tirado en el suelo, triste y temeroso, presentía que había perdido lo más
valioso, y desde entonces no volvió a ser el mismo, no quería salir de la
cuadra y apenas comía.
En aquel
momento mientras Apolinar batallaba con Rufino para que caminase apareció un
hombre muy bien vestido, con levita y bombín. Apolinar pensó que se burlaba cuando
le ofreció dinero, quería comprar al jamelgo aunque estuviera esquelético, algo
fantástico debía de haber visto en él.
Apolinar
caminaba de camino a su casa, sin ni tan siquiera negociar había vendido al
caballo, justo cuando había perdido toda la esperanza, no le dio más motivos al
repentino interés de aquel señor que el de hacer una buena obra de caridad, y salvarlo
del matadero.
Pasaron varios
años hasta que Apolinar volvió a tener noticias del caballo. Para entonces
había cambiado su nombre y su aspecto. Lo había dejado todo atrás con su
anterior vida. Ahora su nombre oficial era Runo el campeador, otros lo llamaban
nº 2.
En las gradas
aclamaban su nombre, varios centenares de espectadores habían apostado a que el
sería el ganador de la carrera. Su brillo y su color azabache relucía entre el
resto de los caballos. El jinete lo llevaba hasta el establo cuando Apolinar lo
reconoció, el caballo lo había mirado y moviendo la cabeza de arriba abajo lo
saludó.
“No puedo
creerlo, es imposible” pensó, pero el
parecido con su madre era muy semejante. Apolinar tuvo que ir hasta el establo
para averiguar personalmente si aquel estiloso y radiante campeón era el mismo
que el había vendido al señor del bombín.
Entre los
jinetes y los caballos se podía distinguir el sombrero de su propietario, le
quitaba con esmero el trenzado de las crines, los lazos adornaban un
maravilloso pelo negro y rizado, luego le daba palmaditas en el lomo mientas se
lo llevaban cuando apareció Apolinar para intentar averiguar cómo había logrado
tan inesperado cambio.
Se sentaron en
unas banquetas de madera, en el mismo establo, entre jinetes y caballos le
contó como lo había conseguido. Al parecer tenía su propia teoría, se había
criado entre caballos y entendía de ellos, y supo nada más ver a Rufino que sería
un buen caballo de carreras, que sería una lástima sacrificarlo, que solo
necesitaba compañía y motivación.
Nada mas
comprarlo lo llevó hasta el establo de su casa, donde poseía otros maravillosos
ejemplares, todos ellos de noble raza y de señorío. Rufino parecía aún más feo
al lado de aquellos adonis de cuatro patas, pero su adquiridor sabía bien lo
que quería. Llamó al veterinario y tras el reconocimiento lo encerró con una
yegua mas mayor, ella sería su madre adoptiva, al parecer aquella yegua había
sido la protectora de todos los demás, había cuidado de todos y cada uno de
ellos desde que eran nada más que unos potrillos.
Así fue como
entre los mimos de los de su misma especie y un trato ejemplar dio a Rufino una
nueva vida, escapando de donde su anterior descolorido brillo no tenía valor
ninguno más que para ir al matadero y convertirse tras un trabajo laborioso en
el nº 2, Rufo el Campeador, caballo bello y valiente a quien todos admiran por
su tesón.
Ya hace un año que me aventuré a crear este blog, desde entonces han sido diversos los cuentos publicados, relatos y más tarde poesía. Unos han tendido mas visitas que otros pero sin embargo todos han sido leídos. Y quería daros las gracias a todos los que pasáis por aquí y esperáis atentos que llegue una nueva publicación. “GRACIAS”.
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