En
la playa de Amadores la luz de la noche viste de tristes momentos a Pepe, que sentado
en la arena mira con detenimiento el cambio que ha sufrido su cartera, ha
pasado de tener varios billetes de cincuenta a no tener nada.
A
varios metros unos muchachos hacen botellón en la playa, son la única compaña
que encuentra, se acerca a ellos y les pide un trago, una joven le invita a
sentarse al lado del fuego, parece cansado y hambriento. Le invitan a una
cerveza mientras que él les cuenta lo que le ha ocurrido.
Salía
de una reunión importante con un futuro cliente, contento por haber cerrado un
contrato de venta. Fabricaría una cantidad considerable de joyas especialmente
diseñadas para su nuevo cliente. Este trato le iba a reportar un escalón más en
su prestigio además de un buen puñado de billetes.
A la
salida se subió en su coche para dirigirse al hotel Gloria de Mogán, donde
tenía una habitación reservada para dos días. Había pensado en dejar el
equipaje, tomar un descanso y más tarde dar una vuelta por alguna de las
maravillosas playas de Mogán. Necesitaba descansar después de haber conducido
desde Córdoba a Cádiz y haber cogido el ferri hasta las Palmas de Gran Canarias.
Distraído
observaba el semáforo en rojo cuando un individuo abrió la puerta y se subió al
coche amenazándolo con un cuchillo. El semáforo cambio de color y el indeseado
acompañante le indicó que girase a la derecha, tras una larga travesía le
aconsejó que detuviera el coche en un
callejuela si quería salir de allí con vida.
Antes
de bajarse del coche, le registró los bolsillos, quitándole todo el dinero que
llevaba en la cartera, luego la lanzó por la ventanilla. El ladrón lo amenazó
para que bajase del coche, Pepe se negaba a hacerlo, y el delincuente le apretó
el afilado cuchillo al cuello. Antes de bajarse le preguntó - ¿Por qué me
robas mi viejo mercedes habiendo tantos coches de lujo por la zona? - El
rufián le contestó -Lo que me interesa de ti no es tu coche, aunque te lo
robaré de todos modos, lo que quiero es la maleta de joyas que has traído. El
otro día escuché en la multinacional de diseños de moda, que un importante
joyero cordobés iba a tener una reunión con el director para comprarle joyas. Hoy
me posicioné en la puerta hasta que te vi llegar, y esperé tu salida, vi como
guardabas la maleta de joyas en el coche, y luego te seguí. Y ahora, bájate.-
Éste
era el motivo de su pesar, que después de un largo viaje le habían robado y la
policía no le había dado esperanzas de encontrar sus joyas. Sin su coche, sin
joyas y con los bolsillos vacíos no le había quedado nada, ese maldito ladrón
lo había dejado en la calle, y en la playa de Amadores había encontrado su
refugio para aquella noche de verano.
Los
jóvenes decidieron marcharse a casa, pero antes de irse le prestaron un
teléfono para que llamase a su familia y les contase lo sucedido y así pudieran
acudir en su ayuda. Mientras Pepe charlaba, uno de ellos fue hasta el bar más
cercano y le llevó un bocadillo.
Pasaron
las horas, la lumbre estaba casi apagada y Pepe permanecía dormido. De pronto
un escalofrío envolvió su cuerpo, una brisa fresca lo había despertado, se
incorporó y asombrado miraba algo fascínate que brillaba ante sus ojos. Había
algo en el agua que resplandecía aún mas que la propia luna.
A
paso lento caminaba por la arena hacia el agua, aquel ser de luz parecía nadar,
se acercó lo bastante para comprobar que tenía ante sus ojos a una sirena. No
pudo apartar la vista de ella, su silueta seductora, su cola llena de diminutos
brillos lo habían cautivado. No pudo evitarlo, y sus pies como si no tuvieran
amo comenzaron a caminar. Después de que el agua le llegara al cuello comenzó a
nadar hacia ella.
A la
mañana siguiente cuando despertó estaba tumbado al lado del fuego, se sentó y
miró para el horizonte, en la lejanía parecía brillar algo. Se puso de pie y
observó con detenimiento como una boya flotaba en el agua. Todo debía de haber
sido un sueño, era demasiado bella para ser real.
Antonio
su hermano pequeño lo esperaba en una placita cerca de la playa para
acompañarlo de vuelta a casa. Se hospedaron en el hotel donde Pepe tenía
reservado y al día siguiente regresaron a Córdoba.
Una
vez en su casa permanecía adormecido en el sofá y en sus sueños volvió a
aparecer la sirena, su brillo, su belleza, su cola de luces de plata. Una
llamada de teléfono lo despertó del maravilloso sueño, la policía había cogido
al ladrón mientras intentaba vender en una casa de empeños las joyas robadas.
De
nuevo en su memoria brillaba la imagen de la sirena, cogió papel y lápiz, y
comenzó a dibujar lo que sería su joya más preciada. El oro blanco dibujaría la
silueta de la cola de una sirena, mientras que en su interior pequeños trozos
de ágata de colores la rellenarían en forma de mosaico.
Pasaron
los días, y Pepe volvió a Mogán para enseñarle a su cliente el catálogo de las
nuevas joyas, una vez terminada la reunión fue hasta la playa, se quitó el
traje y lo soltó en la arena, luego comenzó a nadar hasta la boya, una vez allí
cogió el colgante que había diseñado y lo ató a la señal.
Al
llegar la noche volvió a la playa, sentado en la arena esperaba que la sirena hiciera
acto de presencia para recoger su regalo. Cerró los ojos y pensó en ella, en las
ganas que tenía de volver a verla. Abatido por el cansancio del viaje se quedó
dormido, mas tarde una leve brisa de verano lo despertó, y al mirar para la
boya se dio cuenta de que su pez de plata existía, que la belleza y el brillo
que desprendía no había sido una ilusión.
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