El grito en el cielo puse un sencillo amanecer, pues mi cuerpo estaba cubierto de pergaminos sin leer. Al despertar estos manuscritos encontré, su rúbrica delataba su proceder, siendo la caligrafía de mi poder. Expresaban toda una vida de sueños, experiencias, pensamientos y lo más importante lo que quedaba por vivir. He tapizado mi cuarto con las letras que aquel día escribí. Para no olvidar los objetivos, ni los sueños por vivir.

lunes, 16 de julio de 2012

MARCOS Y EL PINCEL DE ORO (tercera parte)


Había llegado la tarde y aún no había encontrado el momento de leer la libretita, los tréboles estaban regados y escondido bajo unos matorrales cercanos al río abrí mi ansiado tesoro. Sus pastas ocultaban un fina caligrafía, más apropiada de un instructor que de un niño.

“Hace dos días que estoy aquí, tengo miedo de ese señor barbudo, me aterroriza su voz pausada y me desagrada su mal aliento. Nada más llegar me ha amenazado con castigarme si no me porto bien. Este lugar es muy bonito, pero no puedo disfrutarlo, me ha ordenado una serie de tareas que me harán estar ocupado todo el día.

Dice que ahora soy un duende, que otro ocupará mi lugar, pero yo no quiero estar aquí, quiero volver a casa, con mis padres y mis hermanas, y con zarco mi perrito salchicha. No entiendo nada, mas parece un sueño, una pesadilla que nunca acaba, mi único consuelo en este momento es mi compañero.

Luis es un duende autentico, de los pocos que quedan por aquí, con su amabilidad intenta hacerme las cosas más sencillas, quiere que me adapte pronto, dice que será lo mejor para mí, que me resigne a este colido mundo donde apenas hay tiempo para el descanso.”

Cuando mas entusiasmado estaba tuve que dejar la lectura, entre los forrajes vi como Eliseo caminaba por la senda camino al campo de tréboles. Inmediatamente me puse en pie, me acerqué a los tréboles y cogí la azada para labrar los surcos. Eché un vistazo a mi bolsillo, una esquina de la libretita se asomaba levemente e inmediatamente le empujé para que no se viera.

-Deja todo lo que estás haciendo y ven conmigo. Ya recogerás luego.- Ordenó Eliseo.

-¿Dónde vamos? ¿Qué pasa?- Pregunté asustado.

-Mañana tenemos la primera entrega de galletas El duende, y faltan manos para empaquetar.- Contestó.

-¿Quién comprará las galletas? Además de Máncalo solo he visto duendes y nosotros no tenemos dinero, solo monedas falsas para incautos.- Dije mientas caminábamos hacia una senda desconocida para mí.   

-Como solía decir mi abuela “La curiosidad mató al gato” y eso nos ha pasado a nosotros. Ahora sabemos, que nadie da nada, sin esperar recibir algo a cambio. Pagamos con nuestro trabajo no envejecer y estar en un lugar tan maravilloso como este. – Confesó Eliseo un tanto emocionado.

-Yo preferiría estar en mi casa con mi familia, e incluso me apuntaría a las clases de natación que no quería, con tal de estar en casa. No sé cómo te has acostumbrado a esto. ¿Si pudieras elegir no te gustaría volver? ¿No eras feliz en casa?- Dije.

-Eso ya no importa, no hay vuelta atrás, esto es lo que nos queda, trabajar. Y ahora vamos, que no llegamos a tiempo.- Contestó.

-¿De verdad no se puede salir de aquí? ¿No te gustaría?- Insistí.

-Ya vale, resígnate a vivir así, que no hay de otra.- Dijo con tono de enfado.

-Tengo una pregunta mas, ¿Por qué no hay niñas duende?- Dije.

-De haberlas se llamarían Duendelinas. Hace muchos años cuando yo llegué había dos, pero Máncalo las mandó de vuelta a casa y desde entonces no han llegado más. Las consideraba débiles y lloronas, una de ellas era muy delgada tanto que parecía que se fuera a desmallar en cualquier momento, y la otra solo paraba de llorar a la hora de comer.- Explicó.

-Pues me parece un gesto muy machista, si hubiera Duendelinas todo sería diferente. Estoy seguro que no se hubieran conformado a esto, que se habrían apiñado hasta acabar con este colorido lugar.- Repliqué.

-Sin duda, mi abuela era una de esas mujeres, sabias como pocas, que cuando encontraba algo injusto ponía en revolución a todo el mundo hasta conseguir su cometido, pero como solía decir ella “Donde manda patrón no manda marinero”. Vamos entra.- Dijo mientras abría la puerta de un almacén.

Los duendes trabajaban intensamente en el empaquetado de galletas, mientras unos armaban las cajas, otros las rellenaban y el resto las envolvía. Al fondo del almacén algunos duendes preparaban la masa para la elaboración de mas galletas. A mí me tocó en el último grupo, donde debía de conseguir que el papel trebolado estuviera perfectamente adherido a la caja.

Esa tarea me era realmente satisfactoria, me recordó a mis compañeros de colegio, a cuando tuvimos que envolver cajas para ponerlas bajo el árbol de navidad para la representación del teatro navideño. En aquellos días previos echaba carreras con Gerardo, ahora todo es obligatorio y mecánico.

Pasé el resto de la tarde en almacén hasta llegar las diez de la noche. Para entonces la furgoneta que iba a trasportar las galletas estaba preparada. En ella destacaba un gran letrero que decía “Si comes Galletas el duende pasearás por el arcoíris libremente y cual duende vivirás en un mundo de color”, no pude resistir la risa después de leerlo, me pareció muy sarcástico.

-¿Quién entregará las galletas? ¿Máncalo?- Le pregunté a Eliseo camino a casa.

-Lo haré yo- Contestó.

- Pero si los niños no pueden conducir, ¿Cómo vas a llegar a los pedales? Además te detendrían. –Dije.

- No será la primera vez que salgo de Duendelandia, yo soy el encargado de hacer las entregas, ya sea de calzado, de galletas o de perfume. Cuando tengo que salir Máncalo me rocía con polvo de oro de su saquito y me transformo en un joven normal y corriente.- Dijo.

- ¿Pero también se hace perfume? ¿ Y por qué del saquito de Máncalo?- Pregunté.

-¿Para qué crees que sirven los tréboles que cultivas? Con el maíz fabricamos galletas, y con los tréboles perfume, y los materiales para el calzado lo compramos. Y solo Máncalo tiene la posibilidad de convertirme en adulto. Mi polvo de oro es más débil y solo sirve para menudencias.- Contestó mientras entrabamos en casa.

Si lo que decía Eliseo sobre el polvo de oro era cierto para poco me serviría el que había robado del saquito de Luis, pero aún así lo conservaría por si acaso. Antes de dormir  estuve leyendo en el cuarto de baño durante largo rato, me excuse diciendo que tenía el vientre suelto.

En la paginas siguientes no encontré nada importante, solo explicaba a modo de diario lo que le iba sucediendo. Como los días no son más que una serie de situaciones repetitivas, levantarse temprano ir a trabajar y acostarse pronto para al día siguiente volver al trabajo.

Cuando salí del baño, Eliseo ya dormía, me arrodille y escondí la libretita por el lado contrario a donde dormía el. Luego me acosté y dormí profundamente hasta casi legar la mañana, me desperté antes de tiempo, una idea había surgido en mi cabeza mientras dormía, ahora tenía una oportunidad para escapar de allí.

Me quedé un rato más en la cama, me hice el dormido cuando Eliseo se levantó, me llamó antes de irse, él debía de salir antes de tiempo para repartir las galletas. Nada más salir por la puerta di un salto de la cama, las sabanas ocultaban mi vestimenta. Me asomé a la calle, no había nadie, todos dormían.

Aligerando el paso llegué hasta el almacén, entre sigilosamente, Eliseo y Máncalo charlaban en el fondo. Aproveche la ocasión para abrir las puertas de atrás de la furgoneta y me colé en su interior. Al rato el vehículo comenzó a moverse.

Pasados unos quince minutos la furgoneta se detuvo, empujé la puerta para salir de allí, pero Eliseo debía de haberle puesto el candado antes de subirse porque la puerta no se abría. No me quedó más remedio que esconderme tras una de ellas y esperar el momento de que abriera. 

Escuché pasos, y quitar el candado, luego abrió la puerta de su derecha, y cogió varios paquetes de galletas, cuando se fue, salté y salí corriendo, no sabía en qué sitio estaba, las calle era desconocida para mí, pero al menos tendría la posibilidad de encontrar a mis padres.

-¡Joven, que se le escapa el niño! - Dijo un señor mayor cuando rodeaba la esquina.

Inmediatamente Eliseo convertido en un muchacho de unos treinta años se acercó a mí, le agradeció al hombre su gesto y me llevó a la furgoneta casi arrastras, me quejé, pataleé, y dije a gritos que aquel joven era un duende, pero los presentes se rieron de mí.

El resto del trayecto fui de copiloto. Eliseo me había atado los pies al sillón y desde esa posición fui testigo de algo que hubiera preferido no ver. Antes de terminar pasó por la puerta de mi casa, estábamos cerca y aprovechó para herir mis sentimientos. Mi padre abrazaba al duende impostor después de que hubiera colado la pelota en la canasta. 

Se le veía contento y orgulloso de su hijo, pero no era yo el que jugaba. Lo llamé a gritos, a él y a mi madre que sacaba a pasear a Pirata, pero ninguno me escuchó, Eliseo se reía descaradamente, y yo no pude resistir las ganas de llorar.

Después llegamos a un descampado, allí terminaba una parte del arcoíris, la otra estaría embelesando algún niño para caer en sus redes. Nos dirigimos hacia el arcoíris y acabamos otra vez en Duendelandia, ese lugar de color y vida pero no de felicidad, solo de desesperanza.

Me desató después de llamar a Máncalo para contarle lo que había hecho, luego agarrado del chaleco me llevó hasta su casa, abrió la puerta de la jaula que colgaba del árbol donde los chirriantes pájaros anidaban, después me encerró. Antes de irse me dio una buena reprimenda y me advirtió de que la próxima vez el castigo sería peor.

Los pájaros revoloteaban cerca de la jaula, algunos se posaban en ella para picarme, pero cuando lo hacían me encogía todo lo posible y balanceaba la jaula igual que un columpio, así me mantuve varias horas hasta llegar la noche. Para entonces varios compañeros habían pasado por allí, incluido Eliseo.

Parece ser que a Eliseo le gusta trabajar para Máncalo, lo tiene totalmente dominado, tanto que ha perdido la ilusión por volver a su casa. Solo cumple estrictamente con las ordenes sin más intención que la de seguir adelante. Me pregunto si a pasado cerca de su casa para comprobar como nadie lo echa de menos, ya que nadie sabe que se ha ido.

Sentado en la jaula observo como todo el mundo duerme incluso el paisaje se encuentra más sereno que nunca. Los pájaros dejaron de molestarme una vez que se escondió el sol y con la luz de una pequeña farola llegó el momento de continuar con mi interesante lectura.

Tuve que leer varias páginas hasta llegar a algo verdaderamente importante, después de tanta monotonía había descubierto la manera de escapar de allí, o al menos de volver a intentarlo. Mi intuición no me había fallado, sabía que detrás de todo esto había algo mas valioso que el hecho de que un duendecillo ayudara a un niño.

Miré para la casa de Máncalo, las luces que antes asomaban por la rajita de la puerta estaban apagadas, había llegado el momento, ahora o nunca me dije y saqué de mi bolsillo la pequeña fiambrera donde guardaba el polvo de oro, cogí unos granitos y los lance hacia la cerradura de la jaula, inmediatamente se abrió, y de un salto salí de allí.

Me acerqué a la puerta de la casa, pero esta no era como la nuestra, que la abrías con el simple gesto de girar el pomo, le lancé unos granitos de polvo de oro, pero no funcionó, debía de necesitar la llave tallada y cobriza que Máncalo guardaba celosamente.

Rodeé la casa varias veces buscando la manera de entrar, pero las trepadoras lo ocultaban todo, eché la vista al techo, y entre las plantas se dejaba entrever la salida de una chimenea, inmediatamente me dispuse a escalar por la fachada de la casa hasta llegar al tejado. Una vez allí debía de arriesgarme a entrar por aquel orificio a pesar de que las plantas lo rellenaban casi todo.

Una vez más el polvo de oro me resolvió el problema, con unos granitos la chimenea estaba despejada y podía entrar. De haber sido Papá Noel me habría lanzado sin más, pero como a pesar de las apariencias soy un niño tuve que tomar precauciones, así que cogí una rama de las que permanecían sujetas y la lancé por el orificio, luego me deslicé por ella.

Una vez dentro debía de buscar la puerta, la misma que ocultaba el pasadizo, y allí, detrás de otra puerta se encontraban los monos lente o lechuza, al parecer según contaba Álvaro en su libreta, Máncalo le había puesto este nombre por su cabeza, más parecida a la de una lechuza que a la de un mono, un ser terrorífico que adoraba la carne humana.

Me estremecí solo de pensar que iba a poner en peligro mi vida por algo que no sabía si era del todo real. Álvaro, escribió que Luis el duende, antes de irse le había contado de la existencia de un pincel de oro, este pincel no era simplemente un objeto, su valor radicaba en las posibilidades que ofrecía al que lo poseyera.

Ahora me encontraba ante tres posibilidades, volver a la jaula, escapar o ser devorado por aquella fieras. Tras pensarlo un momento decidí seguir adelante, de cualquier manera mis días allí estaban contados, no había vuelta atrás, tenía en mis manos la forma de escapar, igual que un día la tuvo Álvaro, pero él había desaparecido antes de conseguirlo.

Una vez dentro hubo algo que no me esperaba, Máncalo dormía profundamente cubierto por una especie de aureola de colores, era como si protegiera su sueño apartándolo del ruido exterior. Ya explicaba Álvaro en su libreta que Máncalo tenía un sueño muy ligero, y que fácilmente te lo podías encontrar caminando por las calles a medianoche, hasta que un día sin más dejó de hacerlo.


Con la leve luz que me proporcionaba la aureola miré detenidamente todas la paredes de la casa, buscaba algo que indicara la puerta que andaba buscado. El suelo, y la cama era lo único que no cubrían las plantas. Me acerqué a el para observarlo, desde esa posición no parecía tan terrorífico, daba más lástima que miedo. El pijama podía ocultar sus cicatrices pero no la falta de su pierna, en el suelo se encontraba la prótesis que le ayudaba a caminar. 

Sabía en qué posición quedaba el espejo que me enseño la primera vez que estuve allí, me acerqué a la pared y la rocié con polvo de oro pero las plantas no se movieron. Me hacía falta algún objeto para transformarlo y poder quitar aquellas plantas, lo único que tenía a mano era  la pierna ortopédica, y esa utilicé para convertirla en una hoz.

La afilada cuchilla lo extraía todo a su paso dejando libre el espejo en pocos minutos. Intenté recordar el símbolo que dibujó la vez anterior, cerré los ojos para concentrarme en aquella imagen, puse mi dedo en el espejo y dibujé un ocho tendido. Inmediatamente se reflejó toda la habitación y como si fuera el objetivo de una cámara se fue acercando la imagen hasta llegar a la puerta.

Volví a utilizar la hoz para deshacerme de las plantas, la empuñaba con todas mis fuerzas cuando abrí la puerta, tras ella el pasadizo, tan lúgubre y húmedo como imaginaba. Busque un interruptor antes de cerrar la puerta y quedarme a oscuras, pero lo único que encontré fue una antorcha, saque la fiambrera y con un poco de polvo de oro la encendí.

Di cada paso con calma, pendiente de no caer en ninguna trampa. Álvaro no había indicado que las hubiera, pero veía demasiado fácil el poder llegar hasta los monos. Aun quedaba tiempo para que Máncalo se despertara, y para entonces esperaba haberme ido. En la lejanía, se escuchaba un gruñido, conforme me acercaba los ruidos aumentaban, ellos debían de saber que estaba allí.

Me encontraba frente a la puerta, un miedo escalofriante me recorría desde los pies a la cabeza, pero agarré la hoz en una mano con fuerza, en la otra llevaba la antorcha, sin soltar la hoz abrí la puerta. Los monos intentaron abalanzarse hacia mí, pero las cadenas con las que permanecían atados a la pared no se lo permitieron.

La estancia era pequeña y en ella los dos monos dejaban un hedor que cargaba el ambiente, unas bestias feroces que no solo tenían la cabeza de lechuza, aunque la constitución de su cuerpo era de mono, su pelaje era blanco manchado de gris y negro igual al de las rapaces. 

El mismo muro que los apresaba, era el poseedor del pincel, permanecía en un hornacina, protegido por una urna de cristal. No era tan bonito como me imaginé, se parecía a los que utilizábamos en clase de manualidades, un pincel normal y corriente.

Los monos no dejaban de abalanzarse hacia la puerta, di un paso atrás y la cerré, precisaba un momento de reflexión. Dejé la antorcha en un soporte de la pared, y solté la hoz en el suelo, luego cogí la libretita, necesitaba repasar los últimos apuntes.

“ Aller descubrí algo muy interesante, Ignacio uno de los niños recolectaba carnitas de los arboles anaranjados, una especie de mandarinas púrpura. Al parecer saben a carne, pero no son del todo comestibles, al menos para nosotros, sirven para alimentar a los monos. Para saciar su hambre necesitan comer varios kilos, entonces, el sueño puede con ellos, debido a que posé un efecto calmante.”

Abrí de nuevo la puerta, uno de ellos estuvo a muy poco de cogerme en uno de sus intentos, por momentos parecía que la pared iba a ceder y los dos monstruos se me iba a caer encima. La antorcha desde su posición me otorga la suficiente luz para llegar a cabo mi plan.

Tan atareado estaba en huir antes de que se despertaran que no había recogido dicha fruta, solo tenía dos objetos posibles de trasformar, la hoz o la antorcha. Si utilizaba la antorcha, me quedaría sin luz y si utilizaba la hoz, no me podría defender en caso de que la carnita no sirviera, sin contar que necesitaban varios kilos para saciar su apetito, y ambos objetos no tenían un peso apropiado para la trasformación.

No me quedaba más remedio que utilizar la puerta, pensé en quitarla primero, pero me di cuenta que solo bastaba con espolvorearla y se convertiría en carnita. En segundos había conseguido la transformación. Los carroñeros se volvieron aún mas locos al ver su habitual alimento.

Sentado en el suelo esperé durante un rato hasta que se durmieron profundamente, luego sujeté la hoz en una mano y entré en la estancia. La urna estaba cerrada herméticamente, la abrí de un porrazo, cogí el pincel y salí al pasadizo. Luego volví a releer la libretita.

“Luis cuenta que el pincel es mágico, que lo diseñó el duende que creó Duendelandia y el arcoíris. Lo que no ha llegado a contarme todavía es como escapar definitivamente de aquí. Esta mañana Luis a partido para el mundo real, le he deseado todo lo mejor en su nueva vida, el ha hecho que la mía sea lo más fácil posible. El problema es que ahora no me va a quedar más remedio que averiguar la salida por mí mismo.”

Estas fueron las últimas palabras de Álvaro, la incógnita seguía existiendo y yo tampoco tenía la respuesta pero al menos había llegado lo más lejos posible. Ahora debía de encontrar la salida yo mismo, mi gran intuición me serviría de ayuda.

Máncalo aún dormía cuando salí del pasadizo, me acercaba al espejo para hallar en él una respuesta cuando el pincel se iluminó, su aspecto cambió por completo en un instante. Su color dorado era radiante y sus cerdas desprendían partículas de oro. Una extraña energía hizo que acercara el pincel al espejo.

El pincel dibujó el ocho tendido casi sin mi ayuda, y en el espejo se reflejó la imagen de un duende desconocido para mí. Era como los de los cuentos, mayor y con barba puntiaguda, su ropaje si era como el nuestro. Entonces comenzó a hablar.

-Marcos, soy el duende mágico, Máncalo me ha encerrado en este espejo para que viva eternamente a sus órdenes, yo soy el culpable de vuestras desdichas, ayudemos mutuamente. – Dijo el duende.

-¿Cómo se que no mientes, y que todo no es una trampa?- Pregunté.

-Yo soy el único que puede ayudarte, nadie tiene ese poder, y como despierte Máncalo serás el desayudo de los monos. Rápido, dibuja tres veces el mismo símbolo con el pincel.- Contestó.

El espejo desapareció después de que el duende saliera, luego cogió el pincel y abrió la puerta, Máncalo se despertó justo cuando salíamos. El duende cerró la puerta rápidamente y con el poder del pincel hizo que la casa desapareciera.

-¿Qué has hecho con Máncalo? ¿Dónde irá?- Le pregunte.

- Máncalo era un niño huérfano que trabajaba en condiciones infrahumanas en una fábrica de calzado. Yo le brindé la posibilidad de ser feliz, le di todo lo que me pidió, pero me traicionó. Éste debía de haber sido un lugar donde los duendes fueran felices, sin castigos ni trabajos forzados, pero plasmó su rabia contenida en todos y cada uno de los niños que vivían dichosos, y los auténticos fueron enseñados para hacer el mal.- Contestó.

-¿Pero, dónde ha ido? ¿Y qué va a pasar con nosotros?- Pregunté.

-Ha vuelto de donde nuca debió de salir y ahora por haberme ayudado te ofrezco cinco deseos, dime ¿Qué te gustaría tener?- Dijo el duende mientras jugaba con el pincel.

-Desearía que Máncalo tuviera una familia que lo quisiera y que se convirtiera en una gran persona.- Solicité.

-¿Algo más?- Preguntó.

-Solo una cosa más, que todos volvamos a nuestro hogar.- Contesté antes de desaparecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario