El cielo, terminaba de perder la luz de la tarde para acomodarse la
luna y la oscuridad de la noche, un cielo tan normal como el de casa, el mismo
que contemplaba tumbado en mi hamaca las noches de verano después de haber
cenado en el jardín. De pronto me pareció ver una estrella fugaz, tan rápida
como su propio nombre indica.
-Marcos,
¿Qué miras tan fijamente?- Me preguntó Eliseo.
-Me pareció ver una estrella fugaz, e intenté pedir un deseo.- Contesté.
-Eso son bobadas, entra, que la cena está lista.- Dijo mientras se limpiaba las manos en un mandil trebolado.
Me
levanté del suelo, y entré a la casa, en la mesa había servido una especie de
ensalada. Tan aliñada como la mi mamá, con sus hojitas verdes, sus coloridos
tomatillos, y sus condimentos que hacían de ella un rico plato. Ella siempre me
los servía de una forma decorativa, y a la vez atractiva para los ojos de un
niño.
Jugué
un poco con la comida antes de probarla, deseaba que mi acompañante fuera el
primero en comer. Una vez que observé como engullía el colorido plato lo probé.
Al comprobar lo rico que estaba devoré hasta el último trozo, me encontraba
hambriento, parecía que llevaba medio día sin comer.
Después,
sacó del mueble unas galletas, puso dos en cada plato. En un principio me
pareció ridículo, miraba fijamente las insípidas galletas, cuando las roció con
polvo de oro. Rápidamente cambiaron de aspecto, su tamaño aumentó poco más del
doble, se volvieron rocosas. Mi acompañante dio un mordisco a una de ellas, la
paladeaba delicadamente, y lo imité.
-¿Cuándo me vais a dar uno de esos saquitos?- Le pregunté antes de llevarme la segunda galleta a la boca.
-No te adelantes a los acontecimientos, lo tendrás cuando Máncalo
lo consideré necesario. ¿No te has fijado que hay algunos que no lo llevan?- Contestó.
- ¿Pero, cuánto tiempo tiene que pasar?- Le dije.
- El tiempo no importa y menos aquí, que es como si no pasara. Unos
lo consiguen antes que otros, únicamente depende de Máncalo.- Contestó.
Después
de comernos las deliciosas galletas nos fuimos a la cama, no antes de haber
recogido la cocina. La noche me parecía eterna, mientras yo no podía dormir mi
compañero roncaba profundamente en la cama de al lado, me extendí en la cama
imitando su postura pero tampoco pude coger el sueño, y decidí salir a la calle
a dar un paseo.
Abrí
la puerta lentamente, y me asomé al exterior, antes de salir de la casa volví
la vista para comprobar que Eliseo seguía dormido. Deambulé por las sendas
cercanas a la casa, no quería perderme y acabar siendo picoteado por aquellos
estúpidos pajarracos. Me acerqué a las casitas de al lado para comprobar que
todos dormían, luego anduve un poco más lejos hasta llegar a la casita de
Álvaro.
Me
asomé a su ventana para comprobar que dormía, pero al igual que yo estaba
despierto, escondido debajo de la cama se alumbraba con una linterna mientras
escribía en un pequeño cuaderno. Pretendía tocar en el cristal para llamarlo,
quería seguir con la conversación que habíamos empezado. Escuché un ruido, y al
girar la cabeza me encontré a Máncalo mirándome fijamente.
Desperté
a la mañana siguiente al oír una bocina, para entonces Eliseo se encontraba ya
vestido, con el trajecito verde de todos los días, me levanté para asearme y
vestirme, tenía pendientes todas las tareas indicadas por aquel brujo.
Llegué
al cobertizo en compañía de Eliseo, todos los demás esperaban su llegada para
que abriera la puerta, y así comenzar con su trabajo puntuales, como Máncalo
exigía. Me puse el mandil y luego comencé a presentar los patrones sobre una
plancha de cuero, luego los recorté, y llegando la hora del desayuno hacía el
trabajo de una forma casi mecánica como el resto de mis compañeros.
Después
de sonar la bocina indicando el descanso todos se pusieron en fila, yo los
imité, Eliseo fue hasta el despacho de Máncalo y cogió una caja toda llena de
bolsitas, en ellas guardaba dos galletas para cada uno, iguales a las que
habíamos comido la noche anterior.
No
pasaron ni quince minutos cuando de nuevo apareció la señal para indicar que
debíamos volver al trabajo. Durante largo rato seguí realizando la tarea
anterior hasta que apareció Máncalo y me ordenó que fuera al grupo de lustrar,
a untar betún a los zapatos confeccionados con materiales de peor calidad.
Después
de casi siete horas elaborando calzado nos dirigimos a casa. Eliseo había
preparado tortilla de patatas y pimientos fritos para el almuerzo. Apenas me
había dado tiempo de reposar la comida cuando volvió a sonar la desquiciante
bocina. Antes de irme, Eliseo me dio un sombrero, y unos guantes a juego.
-El azadón y la regadera los encontrarás en la caseta de las
herramientas.- Me dijo antes
de que cerrara la puerta.
Me fui al campo de tréboles por la senda que Eliseo me había
indicado, por el camino encontré la caseta donde guardaban las herramientas,
entre el campo de tréboles y el campo de maíz. Cogí lo que creí necesario y lo
que pude cargar, y comencé con el trabajo.
Mientras enderezaba algunos tréboles con un palo guía, vi como un
hombre nadaba entre las aguas cristalinas del rio, no pude resistir la
curiosidad y me acerqué. Su ropa estaba en el suelo, al otro lado de la orilla.
Entre la prendas pude reconocer la capa de Máncalo, debía de ser él.
Agachapado entre el matorral pude observar como entre sus carnes
blancas se dibujaban las cicatrices de los golpes recibidos. Nadaba de un lado
a otro, me fijé en sus piernas, de las cuales solo la izquierda salía al
exterior. Buscó su palo, para apoyarse y salir del agua, entonces supe porque cojeaba.
-Marcos, Marcos, estás loco.- Me
susurró una voz amiga.
-Álvaro, me has asustado.- Le
dije.
-Como te pille mirándolo te castigará, nos tiene prohibido
acercarnos al rio a no ser que él lo ordene. Al último que lo expió lo envió a
darle de comer a los monos y no regresó.- Me explicó.
-¿Pero dónde están los monos? Yo no los he visto- Dije.
-Y por tu bien será mejor que no los veas, nadie ha regresado
después. Están dentro de la casa de Máncalo, detrás de una puerta cubierta por
las plantas trepadoras, al abrirla te comunicará con un pasadizo, al final hay
una puerta que encierra a los monos lente o lechuza, ellos custodian…-
Contestó hasta que Eliseo nos interrumpió.
-Continuad inmediatamente con vuestros quehaceres, que nadie os a librado
de ellos. No le contaré por ésta vez a Máncalo de vuestras impertinencias pero
permaneceréis hasta el anochecer realizando las tareas encargadas.- Ordenó
Eliseo.
Daban las once y media cuando llegue a casa, Eliseo me esperaba
sentado en el sofá repasando unos folios. Sobre la encimera un plato de pasta
frio me esperaba como cena, después de todo el trabajo no consideró que
mereciera algo mejor.
Me esperó sentado con sus papeles hasta que me bañé y cené. Después
nos fuimos a adormir sin mediar palabra. Él debía estar enfadado conmigo por
espiar a Máncalo, pero sin duda el perjudicado había sido yo. Me hice el
dormido hasta que comenzó a roncar, entonces me levanté para husmear en sus
papeles.
La noche se esfumó como un suspiro pero estaba deseoso de que
llegara la mañana para ver a Álvaro, tenía que contarle algo que había
descubierto en los documentos que repasaba Eliseo la noche anterior. Me levanté
deprisa antes de que Eliseo se despertara y marché camino al cobertizo.
Cuando llegué esperaban en la puerta unos quince duendes, entre los
más madrugadores estaba yo, esperando que Álvaro llegara pronto para hablar con
él antes de que se presentaran Máncalo y Eliseo. Poco a poco fueron llegando
todos los duendes, todos menos Álvaro. Me fui retrasando en la cola hasta
quedar el último, pero no llego.
-¿Dónde
está Álvaro?- Le pregunté a Luis, su compañero.
-Desde
que salió ayer por la tarde no lo he visto, y aquí cuantas menos preguntas
hagas mejor- Contestó.
-¿Pero
no fue a dormir? Mientras yo guardaba las herramientas lo vi camino a vuestra
casa, después de haber estado castigado desgranando el maíz. ¿Habrá escapado? –
Dije
-De
aquí no hay quien escape, resígnate antes de que sea demasiado tarde. Ahora
cállate, que Eliseo se está acercando con el desayuno. No quiero que me vea
charlando contigo, haces demasiadas preguntas. ¿Has pensado que tal vez, haya
desaparecido por tu culpa?- Contestó mientras miraba para el suelo
intentando que Eliseo no se diera cuenta.
-¿Qué
tengo yo que ver con su desaparición?- Le dije.
Entre
recorte y recorte miraba de vez en cuando para la puerta esperando que llegara
aunque fuera tarde, pero no apareció. Pasé toda la mañana intranquilo pensando
porque tendría yo la culpa de su desaparición. Más tarde le pregunté a Eliseo
si lo había visto, pero me ignoró.
A la
hora del almuerzo fui hasta su casa, pero nadie me abrió la puerta, me asomé
por la ventana y pude ver como Luis preparaba su comida. Le toqué al cristal,
se acercó a la ventana, pero no me dijo nada, solo corrió las cortinas para que
me fuera. Al parecer le daba igual que le hubiera pasado algo a su compañero.
En
el almuerzo no hice más preguntas, me limité a vigilar a Eliseo. Al sonar la
bocina me fui camino al campo de tréboles, debía de regarlos, pero esta vez
cogería el agua de la fuente. Al llegar al cruce decidí acercarme un poco a la
casa de Máncalo, lo suficiente para comprobar que Álvaro no estaba castigado en
la jaula que colgaba del árbol.
Los
pájaros al verme comenzaron con sus insufribles chillidos, tan fuertes que
avisaron a Máncalo de mi presencia e inmediatamente abrió la puerta para
reprenderme. Me excusé como pude, diciéndole que me había desorientado del
camino. Después de indicarme el trayecto se entró.
Hice
todas las tareas pendientes, regué los tréboles, quité los estropeados y
enderecé los torcidos. Luego a las ocho regresé a casa cansado de tanto
trabajar y apenado porque seguía sin tener noticias de mi amigo. Cuando llegué
a casa, Eliseo preparaba la cena, ensalada y filetes a la plancha.
Con
los ojos medio abiertos esperaba a que Eliseo de durmiera, tan larga fue la
espera de aquella noche que me quedé dormido. Habían pasado dos horas cuando
desperté, mi acompañante roncaba profundamente, me levanté muy despacio para no
hacer ruido, y me fui a la calle, más concretamente a la casa de Álvaro.
Asomado
a la ventana comprobé que Luis dormía plácidamente, se había dejado la ventana
abierta, pero entrar por ella sería más complicado y más ruidoso que abrir la
puerta de la entrada. Con el simple gesto de girar el pomo estaba dentro. Con
sumo cuidado me aproximé a la cama de Álvaro y arrodillado en el suelo encontré
lo que andaba buscando.
Me
disponía a salir, ya me había levantado cuando algo dorado entre la oscuridad
llamó mi atención. Sobre una silla, se encontraba la ropa sucia, y entre ella
relucía el brillo del saquito de polvo de oro. Sigilosamente me acerqué,
pretendía robarle el saquito, pero si lo hacía, él, denunciaría su desaparición
y me castigarían.
Rebusqué
entre los cacharros del mueble de la cocina, cogí una pequeña fiambrera y vacié
casi medio saquito en ella, luego la tapé apretándole con fuerza la tapadera, y
me la guardé en el bolsillo del pantalón. Después de comprobar que no había
testigos salí a la calle y a paso ligero regresé a la casita.
Me
arrodille al lado de mi cama y entre el colchón y el somier guardé lo
confiscado, igual que lo tenía Álvaro. Luego me acosté, me encontraba exhausto
entre el trabajo y de las indagaciones mi cuerpecito no daba abasto, e
inmediatamente me quedé dormido.
A la
mañana siguiente me despertó Eliseo, yo no había escuchado el despertador y me
había quedado dormido. De un salto me levanté de la cama, a los pocos minutos
estaba vestido, preparado para el trabajo. Mientras Eliseo estaba en el baño, cogí
la libretita y me la guardé en el bolsillo, tenía muchísimas ganas de leerla
pero todavía no había llegado el momento.
Nos
fuimos al trabajo como cada mañana, todo surgió con normalidad como los días
anteriores, cada cual realizaba sus tareas, sin más intención que la de hacer
bien su trabajo. Con minuciosa maña confeccionábamos el calzado que luego iría
a parar a las manos de nuestra verdadera familia.
CONTINUARÁ……
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